Los barrios que durante todo el año permanecen en el olvido son los que custodian las imágenes y donde la ciudad guarda con recelo su Semana Santa.
El lienzo sobre el que se plasma la luz de Málaga, se prepara para que las campanas de la Catedral resuenen al compás que marca el paso de los hombres de trono, que sobre sus hombros portan cinco siglos de historia.
Cristos de madera y reinas del dolor son los protagonistas del rito que nos trae la primavera. La ventana de nuestro espíritu se abre de para en par esperando la venida de esta bendita luz.
Durante la Semana Santa la luz de la ciudad se mezcla con la llama oscilante de multitud de cirios que iluminan la fe del malagueño, la primavera funde tradición y religiosidad como ofrenda a todas aquellas imágenes que procesionan por las calles de una Nueva Jerusalén bañada por el Mediterráneo.
La cera aparece en las procesiones como elemento esencial dentro del cortejo, por un lado, forma parte de la iluminación de los tronos y por otro es portada por los nazarenos como símbolo de su fe. Esta luz misteriosa que nos acompaña desde nuestro bautismo hasta despedirnos en nuestro último día, también acompaña al cofrade en su estación de penitencia.
En Málaga, donde la primavera se siente durante todo el año, la luz propia de la semana Santa adquiere un brillo especial al mezclarse con la llama menuda y frágil del cirio penitente. La danza del pabilo que te roza y te quema, da vida a la ciudad transformándola en un escenario de sensaciones sobre el que el tiempo se detiene.
Cada tarde se convierte en un retablo imaginario dibujado por las hermandades, en el aire tibio que domina el ambiente y la luna se deshace en la plata de los enseres siendo testigo de cómo se derrama la sangre de Cristo entre redobles de tambores destemplados y agudos de cornetas que presagian la muerte del Redentor.
En perfecta armonía de aromas de azahar y romero junto al mar que nos trae la mecida de la brisa, la Semana Santa llama a las puertas de los templos demostrando que las procesiones no son solo manifestaciones culturales sino que detrás de cada cofradía y cada hermandad existe un compromiso de fe y devoción.
La Luz barroca que deslumbra en el gigantesco candelabro en el que se convierte la ciudad de Málaga, arde durante ocho días en el corazón y el alma de cada malagueño que siente su tierra y sus tradiciones.
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